viernes, 21 de octubre de 2011

El gato que no podía verse en el espejo

“Ahí está otra vez, en esta ocasión no puede haber duda alguna”, pensó el gato mientras levantaba su cabeza orientando sus orejas hacia la fuente del ruido, “no, no puede haber duda alguna de que ese sonido solo puede ser hecho por uno de esos sabrosos ratones blancos. Una vez hace dos años probé uno de esos y tienen un sabor sin igual… además solo esos ratoncitos tienen ese aroma tan peculiar”.

Después de estos pensamientos, Botones el gato, levanta y humedece de un lengüetazo su nariz negra buscando la fuente de ese delicioso aroma, verificando que el origen del sonido y el aroma concuerden. Una vez hecha la verificación con precisión de cazador, y moviendo su colita en el patrón adecuado para esta situación, Botones da un par de pasos cautelosos en esa dirección. Pero en el mismo momento de dar esos pasos algo lo detiene, capta con el rabillo del ojo el movimiento simultáneo de una silueta felina a su lado derecho… una silueta felina conocida. “Otra vez tú”, piensa Botones, “sí, ya se que crees que siempre me emociono de más, que ese ruido es solamente el sonido de los tubos de agua detrás de las paredes, y que además no crees que los deliciosos ratones blancos existan… ¡ya veremos lo que piensas cuando lo atrape y lo tenga entre mis fauces!”, y siguió caminando dejando atrás la silueta de ese otro gato con manchas negras y sepias que siempre piensa que lo que Botones busca es falso, inexistente o irrelevante.

Dio varios pasos más hacia la fuente del sonido, hacia el delicioso ratoncito blanco que lo esperaba, siempre con mucho cuidado y sin hacer ruido. A mitad del camino, en medio de la habitación, se detiene para verificar que todo esté bien; siempre es importante verificar que todo marche adecuadamente cuando uno está cazando ratones. Voltea hacia su derecha, no hay moros en la costa, voltea a su izquierda y no encuentra a nadie… “no, espera, dentro de ese armario de tiliches, en su fondo, hay algo diferente ¿qué hay ahí?, ¿es una oreja blanca?, ¿eso otro son patitas blancas?, ¡es otro gato y está en posición de cacería!, incluso se le nota sorprendido… pero no me vas a ganar mi premio, yo lo he hallado primero”. Botones voltea al frente corriendo rápida y silenciosamente (como todo gato que se considere a sí mismo un buen cazador) hacia el aperitivo de cola y orejas redondeadas que adivina tras el desorden de objetos viejos que están en el extremo sur de la habitación.

“¡Lo que sospechaba!, ese otro gato también ha comenzado a correr hacia acá al mismo tiempo que yo… pero yo soy más veloz y le llevo ventaja, ya no se le ve por ningún lado”. Botones sigue corriendo hasta llegar al pasillo que lleva hacia el extremo deseado de la habitación y da una vuelta brusca hacia él perdiendo el equilibrio por un instante debido a un resbalón de las gomitas de sus patas traseras. Saca rápidamente sus garritas delanteras para aferrarse al piso de madera y logra terminar de dar la vuelta hacia la derecha. Cuando termina de recuperar su postura reinicia la carrera, pero algo lo detiene en seco: pocos metros frente a él hay otro gato, un gato grande que se acercaba a Botones con gran celeridad y sólo se detiene cuando él lo hace. Un gato con una cara atenta y determinada, la cara de un cazador fiero… una cara que infunde de inmediato terror en el corazón de Botones que lo único que puede hacer es mirar los terribles ojos azules de ese otro frente a él, ojos horriblemente fijos en los suyos propios.

“¡Miau!”, grita Botones con todas sus fuerzas, “¡Miauuuuuuuuuu!”, mientras eriza su pelambre y trastabilla hacia atrás… “No, por favor, es tuyo, ya no lo quiero, quédate con el delicioso ratón blanco pero no me lastimes… tú eres más grande y fuerte, yo no puedo contra ti… ¡Miauuuuuu!”. En ese momento Botones siente un par de manos humanas que lo toman de su barriguita y lo levantan, alejándolo de todo peligro, acariciándolo. “Calma Botones, ¿que te pasa?, aquí no hay nada ni nadie… tranquilo, vamos a darte tantita agua y atún para que te tranquilices”. Era Laura, su linda dueña de ocho años de edad, “Yo no sé que loqueras te traes tú Botones, siempre que entras a este desván lleno de espejos te pones como un gato loco…”, y salió del cuarto cargando entre sus brazos a su lindo gatito Botones, un gatito grande para su edad, de manchitas negras y sepias, con orejas y patitas blancas, y grandes ojos azules.