Es un hecho poco sabido, aunque sospechado por casi todos, que no todas nuestras construcciones son iguales ni están construidas sobre las mismas bases. Cuando venimos al mundo, a todos nos es designada una porción del mundo sobre la cual podemos construir los edificios de nuestras vidas; pero no todas estas porciones de mundo son iguales, la porción de cada uno es diferente en muchos aspectos... la cosa es que la porción que (nos) a tocado a algunos no es un terreno firme, ni siquiera continuo, sino que más bien es un poco de tierra con un gran agujero en el centro. Un agujero vacío que pese a todos los intentos de arrojarle tierra, agua o mil de otras innumerables cosas, permanece siempre vacío; aparentando ser imposible de llenar, aparentando con gran habilidad ser uno de esos agujeros sin fondo.
Pero el hecho es que cuando se tiene un terreno en el cual vivir, es indispensable construir algo, porque algo se necesita para sobrevivir a la intemperie, para sobreponerse a lo que el medio ambiente arroja, para defenderse de todos los posibles ataques de la vida, para incrementar las posibilidades de disfrutarla. Todos los que reciben (recibimos) porciones de mundo con agujeros de vacío voltean alrededor para ver que es lo que están construyendo las demás personas... incluso las demás personas se acercan para enseñar lo que ya han aprendido, construye esto, construye aquello... les dicen: ¡mira que feliz soy con esto que construyo! Pero lo que no comprenden es que esas fabulosas técnicas de construcción son inútiles para las personas que tienen (tenemos) que construir en el vacío: ¡siempre empiezan con cimientos enterrados en la tierra!, ¿cómo construir cimientos enterrados en la tierra si ni siquiera se tiene tierra para empezar?
Muchas veces la presencia de este tipo de agujeros en el terreno básico de construcción lleva a que simplemente no se construya nada, o que sólo se construyan cosas muy básicas para intentar permanecer con vida, a veces sin lograrlo. O se intenta ir a vivir a las construcciones de los otros, dependiendo siempre de lo que los demás puedan hacer en sus terrenos. Peros muchas de las personas del vacío se convierten en buscadores, buscadores de técnicas secretas y olvidadas de construcción; técnicas para construir en el vacío. Y muchas de ellas se convierten en increíbles y excelentes ingenieros capaces de construir en las condiciones más sorprendentes... incluso pueden ayudar a las demás personas, a las que construyen sobre tierra firme, a arreglar prácticamente cualquier problema. Con toda la increíble habilidad que desarrollan tras su búsqueda, las personas que construyen (construimos) en el vacío a veces pueden construir edificios muy parecidos a los que construyen los demás; a veces hasta pueden vivir en ellos e invitar a los demás a ver su gran obra... a veces hasta logran que los demás piensen que sus obras son mucho más grandes, seguras y estables que las de todos los demás.
Y sin embargo son construcciones hechas sobre un agujero y un vacío, nunca pueden soportar el peso que puede soportar hasta la más modesta de las construcciones hechas sobre tierra firme... por eso nunca pueden tener demasiados muebles, y nunca pueden soportar a demasiadas personas adentro; las personas del vacío que logran hacer grandes construcciones siempre tienen que hacer grandes esfuerzos por evitar que se acerquen demasiados visitantes. Porque están construidas en el vacío, y siempre pueden caer destruidas sobre ese agujero... o ser víctima de los monstruos que quizá habiten dentro.
martes, 16 de agosto de 2011
lunes, 9 de mayo de 2011
¿Tu eres lo que manejas?
Hoy fui testigo de dos extremos. Mientras escuchaba una guía de meditación que me instaba a cesar la identificación con mi cuerpo, mis sensaciones, mis emociones y mi pensamiento; veía un anuncio espectacular que me sugería lo contrario: '¡Tu eres lo que manejas!'... identificarme con la marca y las características del auto que poseo y manejo.
Pienso que en esta época es muy fácil identificarse con cosas como el tipo de ropa que se usa, lo que uno estudia, la música que tenemos en el iPod o en la colección de CDs... el coche que traemos o lo que colocamos en el muro de una red social.
¿Que pasaría si decidimos darnos cuenta que no somos lo que manejamos, ni lo que escuchamos, ni lo que leemos, no lo que vestimos o comemos? ¿que no somos nuestro trabajo, nuestros títulos o la pareja que tenemos?... creo que es fácil darnos cuenta que no somos diferentes si cambiamos los rines de nuestro auto, pero: si es obvio que no somos nuestro coche o nuestra ropa... ¿por que habríamos de ser nuestro cuerpo o nuestras emociones?, ¿por que seríamos nuestros pensamientos?... ¿Quien somos?, ¿que queda?
Pienso que en esta época es muy fácil identificarse con cosas como el tipo de ropa que se usa, lo que uno estudia, la música que tenemos en el iPod o en la colección de CDs... el coche que traemos o lo que colocamos en el muro de una red social.
¿Que pasaría si decidimos darnos cuenta que no somos lo que manejamos, ni lo que escuchamos, ni lo que leemos, no lo que vestimos o comemos? ¿que no somos nuestro trabajo, nuestros títulos o la pareja que tenemos?... creo que es fácil darnos cuenta que no somos diferentes si cambiamos los rines de nuestro auto, pero: si es obvio que no somos nuestro coche o nuestra ropa... ¿por que habríamos de ser nuestro cuerpo o nuestras emociones?, ¿por que seríamos nuestros pensamientos?... ¿Quien somos?, ¿que queda?
martes, 3 de mayo de 2011
Sobre querer conocer dentro de un túnel
¡La hora del encuentro había llegado! Pero ¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comunicado? ¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio y yo pudiese verla a María como una figura silenciosa e intocable... No, ni siquiera ese muro era siempre así: a veces volvía a ser de piedra negra y entonces yo no sabía qué pasaba del otro lado, qué era de ella en esos intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla lo deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía y que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida.
(El túnel - Ernesto Sabato)
(El túnel - Ernesto Sabato)
domingo, 27 de febrero de 2011
Sobre deseos alcanzables e inalcanzables
No debe usted entregarse a deseos en los que no cree. Tiene usted que abandonarlos o desearlos de verdad y por entero. Cuando llegue usted a pedir llevando en sí la plena seguridad de lograr su deseo, la demanda y la satisfacción coincidirán en un solo instante. Pero usted desea y se reprocha, temeroso, sus deseos. Tiene usted que dominar todo eso. Voy a contarle una conseja:
Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no puede ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando SU estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la plaza destrozado. No había sabido amar (desear). Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

El amor no se debe pedir, ni exigir tampoco. Ha de tener la fuerza de llegar en sí mismo a la certeza, y entonces atrae ya en lugar de ser extraído.
Extracto de Demian de Herman Hesse
Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no puede ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando SU estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la plaza destrozado. No había sabido amar (desear). Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

El amor no se debe pedir, ni exigir tampoco. Ha de tener la fuerza de llegar en sí mismo a la certeza, y entonces atrae ya en lugar de ser extraído.
Extracto de Demian de Herman Hesse
martes, 21 de diciembre de 2010
Hablando de gatos
"...cuando estaba en segundo de primaria, tenía un precioso gatito tricolor de unos seis meses. Una tarde, mientras yo estaba leyendo en el porche, empezó a pegar brincos, terriblemente excitado, al pie de un gran pino que crecía en el jardín. Los gatos suelen hacerlo, ¿verdad? Aunque no pase nada. Bufan, arquean el lomo, erizan el pelo, se ponen en posición de ataque con el rabo tieso.
El gato estaba tan excitado que ni se daba cuenta de que yo lo estaba mirando desde el porche. Era una escena tan extraña que dejé el libro y me lo quedé observando. Parecía que quisiera proseguir eternamente aquel juego solitario. De hecho, conforme pasaba el tiempo, más en serio parecía tomárselo. Como si estuviera poseído. Cuanto más lo miraba, más miedo me entraba. Se me ocurrió que, tal vez, el gato estuviera viendo algo que yo no podía ver, que eso era lo que lo agitaba de aquel modo. Poco después empezó a dar vueltas alrededor del árbol. Con una energía inusitada, como el tigre que se convierte en mantequilla del cuento ilustrado. Tras seguir así durante un tiempo, comenzó a trepar por el tronco del árbol. Ví su carita atisbando entre las ramas, allá arriba. Desde el porche, lo llamé en voz alta. Pero no pareció oírme.

Pronto anocheció y empezó a soplar el viento frío de finales de otoño. Sentada en el porche, espera a que bajase del árbol. Era un gatito muy sociable y pensé que, si yo permanecía allí, el bajaría enseguida. Pero no lo hizo. Tampoco lo oí maullar. Oscurecía deprisa. Me entró miedo y fui a avisar dentro de la casa. Todos me dijeron: '¡Déjalo! ¡Bajará pronto!'. Pero el gato jamás volvió.
El gato desapareció. Como el humo. Todos me dijeron que, durante la noche, habría bajado del árbol y se habría ido a jugar a alguna parte. Que los gatos, cuando se excitan, suben a lugares altos, pero que, una vez arriba, cuando miran hacia abajo, les entra miedo y ya no pueden bajar. Que pasa a menudo. Pero que si mi gatito aún estuviera arriba, maullaría desesperado para aviásemos de que se encontraba allí. Eso me dijeron. Pero yo no me lo creí. Pensaba que el gato debía estar aferrado a una rama, tan aterrorizado que ni le salía la voz. Por eso, cuando volvía de la escuela, me sentaba en el porche, alzaba la mirada hacia el pino y lo llamaba de vez en cuando en voz alta. Pero nunca respondió. Una semana después desistí. Quería a mi gatito y me entristeció mucho lo sucedido. Cada vez que miraba el pino me imaginaba al infeliz gatito aferrado aún a las ramas altas, rígido, muerto. Mi gatito no había ido a ninguna parte, sino que había ido languideciendo allí arriba, hambriento y reseco.
Desde aquel día, jamás he tenido otro gato. Me siguen gustando. Pero entonces decidí que aquel pobre gatito que había subido al árbol y que no había regresado jamás sería mi único gato. Olvidarlo y querer a otro era algo que yo no podía hacer."
Extracto de Sputnik, mi amor de Haruki Murakami
El gato estaba tan excitado que ni se daba cuenta de que yo lo estaba mirando desde el porche. Era una escena tan extraña que dejé el libro y me lo quedé observando. Parecía que quisiera proseguir eternamente aquel juego solitario. De hecho, conforme pasaba el tiempo, más en serio parecía tomárselo. Como si estuviera poseído. Cuanto más lo miraba, más miedo me entraba. Se me ocurrió que, tal vez, el gato estuviera viendo algo que yo no podía ver, que eso era lo que lo agitaba de aquel modo. Poco después empezó a dar vueltas alrededor del árbol. Con una energía inusitada, como el tigre que se convierte en mantequilla del cuento ilustrado. Tras seguir así durante un tiempo, comenzó a trepar por el tronco del árbol. Ví su carita atisbando entre las ramas, allá arriba. Desde el porche, lo llamé en voz alta. Pero no pareció oírme.

Pronto anocheció y empezó a soplar el viento frío de finales de otoño. Sentada en el porche, espera a que bajase del árbol. Era un gatito muy sociable y pensé que, si yo permanecía allí, el bajaría enseguida. Pero no lo hizo. Tampoco lo oí maullar. Oscurecía deprisa. Me entró miedo y fui a avisar dentro de la casa. Todos me dijeron: '¡Déjalo! ¡Bajará pronto!'. Pero el gato jamás volvió.
El gato desapareció. Como el humo. Todos me dijeron que, durante la noche, habría bajado del árbol y se habría ido a jugar a alguna parte. Que los gatos, cuando se excitan, suben a lugares altos, pero que, una vez arriba, cuando miran hacia abajo, les entra miedo y ya no pueden bajar. Que pasa a menudo. Pero que si mi gatito aún estuviera arriba, maullaría desesperado para aviásemos de que se encontraba allí. Eso me dijeron. Pero yo no me lo creí. Pensaba que el gato debía estar aferrado a una rama, tan aterrorizado que ni le salía la voz. Por eso, cuando volvía de la escuela, me sentaba en el porche, alzaba la mirada hacia el pino y lo llamaba de vez en cuando en voz alta. Pero nunca respondió. Una semana después desistí. Quería a mi gatito y me entristeció mucho lo sucedido. Cada vez que miraba el pino me imaginaba al infeliz gatito aferrado aún a las ramas altas, rígido, muerto. Mi gatito no había ido a ninguna parte, sino que había ido languideciendo allí arriba, hambriento y reseco.
Desde aquel día, jamás he tenido otro gato. Me siguen gustando. Pero entonces decidí que aquel pobre gatito que había subido al árbol y que no había regresado jamás sería mi único gato. Olvidarlo y querer a otro era algo que yo no podía hacer."
Extracto de Sputnik, mi amor de Haruki Murakami
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