Había una vez una familia grande poseedora de un gran patrimonio. Esta riqueza era para ellos motivo de un gran orgullo, una parte de ella les había sido heredada, mientras que otra era producto del esfuerzo compartido por todos sus integrantes.
Debido a la inmensidad de su tesoro, y al intenso orgullo que sentían al tenerlo, decidieron que tenían que protegerlo, y que la mejor forma de hacerlo era asegurando la puerta de ingreso a su hogar. Pero ahí fue donde la puerca torció el rabo, porque había opiniones encontradas con respecto a la mejor estrategia de seguridad.
La mitad de la familia creía que la puerta debía de ser asegurada mediante grandes cadenas y cerrojos metálicos hechos por el herrero de mayor historia y tradición del pueblo: era una estrategia poco moderna, pero que había probado su eficacia con los años. La otra mitad, sin embargo, pensaban que las estrategias antiguas eran retrógradas, incómodas y restrictivas. Ellos abogaban por contratar un sistema de seguridad moderno y electrónico que permitiera mayor comodidad y libertad.
Las diferencias de opinión fueron escalando en intensidad y cada mitad defendía su punto de vista apasionadamente. Muy pronto los bandos comenzaron a atacarse mutuamente con argumentos fuertes y que rayaban en la crueldad. "¡Esa propuesta es un peligro para nuestra familia!", decían unos, "¡Son unos anacrónicos y represores que no entiende la importancia del progreso!", vociferaban los otros.
Lo que los dos bandos perdieron de vista pronto es que estas discusiones se llevaban a cabo frente al hogar y su patrimonio, y que la puerta estaba abierta de par en par. No estaba protegido su tesoro ni por viejos herrajes ni por modernos sistemas electrónicos: estaba abierto y desprotegido ante la venida de cualquier truhán. Y como un tesoro que yace al descubierto no puede permanecer sin cambiar de dueño por mucho tiempo, pasó que mientras los dueños legítimos discutían un grupo de malandrines pasó sin ser notados por la puerta abierta, utilizando poco a poco el abundante tesoro para sus propios objetivos personales.
¿Que tendrían que hacer los miembros de la familia si fueran capaces de dejar de discutir como para darse cuenta?, ¿echarse la culpa mutuamente?, ¿decirle a la otra mitad que seguramente los rateros son parte de ellos?, ¿seguir discutiendo mientras los delincuentes siguen saqueando el tesoro?, ¿pedirles a los malandrines que administren el patrimonio y decidan como cuidarlo porque la familia es incapaz de ponerse de acuerdo?... yo pensaría que tendrían que enfrentar a los delincuentes, enviarlos a prisión, y utilizar un sistema de seguridad ¡cualquiera!, evaluando objetivamente su eficacia, independientemente de cual lado gane o tenga la razón.